martes, 31 de marzo de 2009

MiS pRiMeRaS ExPeRiEnCiAs


Nací como todos ustedes un día normal. De lo poco que recuerdo de mis cinco años en adelante porque la verdad de los anteriores no tengo ni la menor idea, es que a mi lado siempre estaba mi abuelo, hombre recio y tierno, y junto a él un rosario, un poema y el atardecer. Quizá él fue la primera persona que me enseñó a apreciar la lectura. Recuerdo que todos los días a las cinco de la tarde me llamaba al solar de la casa y acompañados del sabor de un trozo de panela declamábamos esta poesía que aún no sé si era de su autoría o se la había plagiado a algún poeta…”Viste azul el firmamento del blanco al inmenso llano, allá en los confines alejados mese las palmas el viento, rojo majestuoso y lento apaga el sol sus pupilas cuando la tarde vacila muy triste la noche avanza y una alondra en su tonanza cruza en espacio tranquilo” . Y así pasaba mis días; mi abuelo me decía que los libros eran magia y la verdad sus historias aunque no estuvieran escritas despertaban en mi gran curiosidad por la lectura. Pero de repente una decisión paternal cambiaría mi corta vida, pues después del miedo que mis padres me infundieron de la calle no comprendía cómo iban a enviarme al jardín que por cierto era muy popular con un nombre muy particular: “Los elefanticos”, y aunque no me desvelaba por salir a jugar a la calle, en la casa de mis abuelos siempre había algo por hacer. Pero el tiempo no se detenía y la incertidumbre me consumía cada día más, pues sólo esperaba el anhelado día para mis padres, para saciar la felicidad que les provocaría verme vestida de azul con dos “moñas” en mi cabeza y con mis ojos de china. Y así fue, el día llegó, el primer día no fue tan terrible como imaginaba, pues a pesar de todo el jardín me brindaba cierta seguridad que según mis papás no me brindaba la calle, en “los elefanticos” jugué, reí y aprendí que todos los niños no eran buenos, que las responsabilidades no eran sólo asunto de grandes. Ahora que recuerdo en ese jardín no había cartillas ni libros, lo que si tengo presente es una casa de muñecas en donde nos internaban buena parte del día. Como es bien sabido el ser humano es un ser de costumbres y aunque al principio la ausencia de mi abuelo era lo que más extrañaba, por ser la más pequeña del grupo, singular característica, la profesora tenía cierta preferencia hacia mí. Allí me di cuenta que las danzas me gustaban y que no lo hacía tan mal, en aquella época. Siempre llegaba con cierta emoción a contarle a mi abuelo que la profesora me había leído cuentos que por lo visto no trascendieron en mi porque no me acuerdo de ninguno de sus nombre, sólo recuerdo que de vez en cuando leía, quizás a ella no le interesaba que aprendiéramos a leer o que sé yo, de pronto mi mala memoria le está quitando créditos que no recuerdo, pero que según mis papás le pertenecen. Allí como en todos los jardines me enseñaron las vocales, las consonantes y a combinarlas con la siguiente oración: “mi mamá me mima, mi mamá me ama” y muchas más que menos mal no recuerdo. La verdad no fueron tan malos los momentos que pasé allí, pues a pesar de todo aprendí a compartir y a socializarme con los demás niños y considero que ello es importante en la vida del hombre. Pero lo que yo no sabía es que después de haberme acostumbrado a unos niños específicos y a un entorno definido, a mis papás se les ocurrió la maravillosa idea de cambiarme de establecimiento. Ahí si la vi grave, porque acostumbrarme a la ausencia de mi abuelo era algo que podía hacer, pero acostumbrarme a extrañar a treinta compañeros ah treinta y uno con la profesora sería muy difícil. Lo que escacharán sonará extraño, pero el último día de jardín lloré, y sentí de nuevo ese miedo que no deseaba recordar. Pero bueno ¿qué opción me quedaba? Si a esas alturas del camino ni siquiera pensaba por mí misma. En fin, me matricularon en una escuela que se llamaba Carlos Gutiérrez Gómez, donde estudié la primaria. El primer año fue un año de repaso con las mismas frases del jardín, no fue tan difícil adaptarme a este nuevo lugar porque la verdad la profesora no era tan diferente y el entorno en que estábamos era igual, nos seguían tratando como niños bobos, como si el año que había pasado y que aprendimos a combinar letras no hubiera pasado, la verdad sentí que había perdido mi tiempo, aunque lo positivo era que como ya sabía lo que nos “enseñaban” era una de las mejores. La verdad poco contacto tenía con los libros, pues en mi casa había uno que otro y los escondían, aún no entiendo porqué pero lo hacían y aunque en la escuela existía una biblioteca era sólo para los estudiantes de quinto porque supuestamente los de primero y los de los demás grados eran muy pequeños y no sabían utilizarlos. Quizás algún día estaría en quinto y podría subir a la biblioteca, mientras tanto seguía en danzas y teniendo más amigos, de repente me di cuenta que el teatro y el canto me llamaban la atención y en una semana cultural que eso sí rescato de mi escuela, era esa identidad, cada vez que había semana cultural recordábamos las provincias santandereanas, sus platos típicos y sus bailes tradicionales. Recuerdo que en una de esas semanas decidí participar en todo sin consultárselo a nadie, pues me decían que participara en las actividades, pero no en qué medida y esa semana fui cantante, bailarina y actriz y a mis padres casi les da un desmayo, no se explicaban por qué me había metido en tantas cosas, pero como dicen por ahí después del ojo afuera no hay Santa Lucía que valga y después de este día, después de sus regaños me dio miedo participar en los actos, empecé a temerle al público y todo me daba pena. Así pasaron los años y por fin el anhelado quinto llegaba, por fin subiría esas escaleras que me causaban tantas dudas, había esperado tanto ese momento que cuando llegó no fue lo esperado. Era un cuarto pequeño, con pocos libros, muchos de geografía y pocos de historias que eran mi pasión. Tanto tiempo para ¿qué? El tiempo no esperaba y mi abuelo ya no era el mismo, su rostro no irradiaba la misma alegría, y ahora quien incentivaba en mí la lectura era mi papá que desde siempre ha dicho frases como: “El que lee es sabio” o “quien lee lleva la delantera” en fin y muchas parecidas. Pues bien ya era hora de buscar un nuevo colegio, ya que empezaría una nueva etapa en mi vida y mi papá soñaba con que su hija, a quien le dedicaba los fines de semana metiéndole información para el famoso examen de admisión en los colegios públicos de Bucaramanga, estudiara en el Colegio Nuestra Señora del Pilar. Su metodología no fue la mejor, ya que no trascendió puesto que después de haber presentado el examen y haber sido admitida recordaba muy poco de aquellas lecciones mecanicistas. Daría un nuevo paso, el colegio era como un mito para mí, pues antes de salir de la escuela todos hablaban de los colegios, de los profesores de secundaria y por otra parte en mi casa hacían comentarios como “allá no va a ser como en la escuela, allá si le van a sacar el jugo” como así que me van a sacar el jugo me decía yo y llegué en muchas oportunidades predispuesta a las clases, pero al igual que cuando ingresé a la escuela me acostumbré, mm aquí las cosas no cambiaban de a mucho, existía una biblioteca, pero que yo recuerde solo estaba abierta en los descansos y estos eran de media hora, apenas si alcanzaba a comer e ir al baño, mm y además si quería visitarla debía hacerlo en la jornada contraria y contar con suerte para que el celador de turno nos dejara pasar. Pero bueno en este plantel al parecer a los profesores si les interesaba la formación de sus alumnos, fue allí donde aprendí a darle valor a mi educación, allí empecé a pensar por mí misma, no mucho, pero de algo había servido este nuevo lugar. Recuerdo que la profesora de español el primer periodo nos puso a leer maría, obra que por supuesto ninguno de mis compañeros y yo leímos, si mal no estoy con ella estudiamos el resumen de la obra, que tristeza, ah y al igual que el jardín y la escuela seguían con las correcciones ortográficas y gramaticales sin saber que era más importante que nos enfrentaran al texto, que nos enseñaran a comprenderlo y a explorarlo. Para mi fortuna tuve un profesor que me motivó a leer, creo que fue en octavo, el llegó a nuestro salón preguntando qué sabíamos de literatura y qué nos gustaba leer, pregunta que quizás hasta el momento pocos docentes nos habían hecho. Ese mismo día aquel hombre nos regaló los nombres de ilustres caballeros de la tinta y del papel como lo son Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe, Ernest Hemingwy entre otros, y en su discurso dijo que Poe le apasionaba, fue por esto que decidí pedirle a mi papá el libro de narraciones extraordinarias que aunque no fue original si me gustó y me agradó bastante. Creo que ese fue un punto de apoyo o una motivación para mí como lectora, aunque para esa época no pensaba en mi futuro sí apreciaba lo que aprendía. Años después vinieron más profesores que sólo se centraban en su gramática aunque habían unos que promovían el teatro y las lecturas colectivas, la verdad era que mi colegio no era muy lector que digamos, y para rematar el suculento español de once sólo se basó en desarrollar estrictamente talleres de preparación para el ICFES. ..